viernes, 20 de julio de 2012

Capítulo 10. El rescate.

Un estruendo despertó al reo de golpe. Sonó como si miles de piedras cayeran al mismo tiempo contra el suelo. Tras el golpe, se oyeron cientos de pasos, llamadas, agitación… Estaba ocurriendo de verdad, Llama de Palta no había mentido… Estaban asaltando el cuartel secreto.
Otro golpe, y otro más. Las barras de su celda vibraban con cada golpe, y cada uno de ellos era un paso más hacia la libertad. El reo, como tantas otras veces, intentó deshacerse el nudo de la venda que le tapaba los ojos. Y como tantas otras veces, fracasó. Mejor esperar, pensó. ¿Pero cuánto? ¿Y cuántos sobrevivirían al asalto?
Los pasos inundaban el techo de la celda, y con cada sacudida caía un montoncito de polvo contra el suelo. Los gritos de combate y las alarmas se multiplicaron. El acero chillaba fuera con un sonido prolongado. Las flechas surcaban el cielo como pájaros en picado.
Pero de pronto, el silencio.
Pasos en las escalinatas. Era la hora.
-¡Matad a todos los presos! -escuchó-. Nos están ganando, ¡y seguro que han venido hasta aquí por uno de ellos! ¡Matadlos a todos, que no se salgan con la suya!
No parecía muy alentador. Era la voz de un guardia, no de un mercenario. El reo comenzó a sentir miedo… Si al menos pudiera defenderse.
Percibió el sonido de llaves abriendo candados y el grito agudo de un preso dando su última bocanada quejumbrosa antes de morir. Era el fin.
Más pasos en las escaleras. Demasiados esta vez. El silbido de las flechas y el acero cortante inundó el pasillo de las celdas. Los gritos de dolor provenían ahora de los guardias. Los mercenarios lo habían conseguido.
El reo percibió que alguien se acercaba hasta su habitáculo. Para que vieran bin su armadura dorada se puso en pie y echó su capa hacia atrás. Alguien se detuvo frente a sus barrotes.
-Éste es -oyó que decía alguien-. Saquémosle de aquí.
El reo se sintió aliviado y nervioso al mismo tiempo. Escuchar cómo la llave giraba en el candado de su celda era un consuelo, pero, ¿quiénes eran? ¿Los mercenarios, o los guardias del cuartel. Le tomaron por los hombros y con un movimiento veloz y brusco le quitaron de encima la venda de los ojos.

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 9. Irädne.

Dorgo se asomó por la ventanilla del carruaje. Pensaba en Eníe, siempre en Eníe.
Un carruaje había llegado a la mansión ese mismo día. Estaba de paso, transportando en él a dos viajeros más. Venían desde Órobor, aunque uno de ellos parecía ser risiano (procedente de Fuerte Risii) por sus rasgos duros y sus manos llenas de escamas. Era sin duda el porte de un pescador; el otro viajero era un rechoncho anciano que miraba a Dorgo de soslayo por encima de sus lentes. Él directamente ni siquiera los miraba demasiado. Perdió su mirada en la lejanía del paisaje cambiante que mostraba la ventanilla del carruaje. Eníe, la bella Eníe… Ni siquiera un paisaje primaveral como aquel, ni un cielo azul intenso como el de aquel día, podían distraerle demasiado.
-¿Vais vos a la Ciudad de las Luces? -preguntó el viajero de las lentes a Dorgo, rompiendo el silencio.
-No… -contestó él, sin mirarle siquiera-. Voy a… Un paraje sin importancia.
Y no mentía. El Conde le había dado al cochero órdenes de dejar a Dorgo cerca de un lugar remoto, una vieja villa abandonada en mitad de la nada. El Conde le había prometido que allí encontraría la entrada al otro mundo.
Ni siquiera había pensado ni tan solo un momento en su misión. Matar al Centinela… Sabía hacia dónde ir. El mapa que escondía bajo su capa aterciopelada era un secreto que guardar. Los viajeros que le acompañaban habrían oído hablar de aquel mundo siendo niños, como un cuento infantil o una vieja cancioncilla. Pero no podían imaginarse la envergadura de todo aquello. La importancia de la misión del viejo caballero de la Orden Divina, y el devenir de una…
-Guerra -continuó el hombre de las lentes-. Ya han empezado a llamar a filas a niños de los orfanatos desde la muerte del Rey… Dicen que en el norte todo se está viniendo abajo, pero yo -dio un gemido a modo de risa- no he visto nada, y vengo de allí. Imagino que el Gobierno debe estar preparándose para lo peor. Los Republicanos ya daban la tabarra en los días gloriosos de la Monarquía. Sí… Ahora con un Rey muerto y sin ningún descendiente, hemos llegado a un nuevo comienzo.

miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulo 8. Garlant, el ciego.

Fuerte Risii quizá no era una de las ciudades más populares de Vía-Valúa. Se encontraba en el extremo sur del mundo, lejos de los límites de los humanos; su ubicación en la costa, hizo famosa a la ciudad, al ser uno de los puertos pesqueros más famosos de la zona, quizás por ello el nombre de “Puerto Risii” también era utilizado entre los pescadores, que pasando la mayor parte de su vida en el puerto, su fama por haber sido en principio un fuerte antes de convertirse en un asentamiento quedaba de forma secundaria.
Quizás la zona más concurrida de Fuerte Risii no era el puerto, sino el llamado Callejón de los naipes, una encrucijada de calles donde los trovadores y trileros se ganaban la vida, donde las jóvenes doncellas reían por lo bajo sentadas en los portales bajo el sol del alba y los milicianos disfrutaban del pan recién hecho, partiéndolo con sus pequeñas dagas reglamentarias. Los tenderos ofrecían su mercancía, describiéndola a grandes voces. Quizás no era el barrio más distinguido, ni el que mejor olía, ni siquiera un lugar del todo seguro, pero el Callejón de los naipes se había ganado una fuerte reputación, quizás por su movimiento, o por sus gentes, o tal vez por los sucesos que allí acontecían.
Y allí estaban ellos. Cuatro niños, uno de ellos bastante gordo y otro un poco más alto llevando un fardo con algo oculto y sujetando con la otra mano un cayado. Era la primera vez en sus vidas que pisaban un sitio así. Nunca habían salido del orfanato. Aquel lugar, tan atestado de gente, era a la vez un símbolo de libertad para ellos.
 -No sabemos ni qué estamos haciendo aquí… -protestó Timo.
-Eso, tú como siempre, quejándote -dijo Rana.
-No me quejo, es sólo que no sabemos qué… -Duplica le hizo callar, dándole un codazo.
-Estamos aquí para averiguar algo sobre el pasado de Risii -dijo Duplica, hablando como si el muchacho al que se refería no estuviera delante.
Risii iba por delante de todos, mirando cada letrero y cada puerta que se abría a su paso. Tenía el telescopio escondido bajo un vendaje de tela y se sujetaba en el bastón, como si fuera un peregrino que hubiera venido de un lejano lugar. En realidad, sí venían de un lejano lugar. El orfanato casi estaba a tres días de viaje de Fuerte Risii.
-Nada de esto me suena -se lamentó Risii mirando a todas partes-. Tengo el presentimiento de haber estado aquí antes, pero… Nada de esto me hace recordar nada.
-Bueno, tienes un nombre -dijo Duplica-. Podemos probar a preguntar a los paisanos de este sitio. Quizás conozcan a alguien llamada Luna.
-Es un nombre muy raro -dijo Timo, desviando su atención a las mesas de los trileros-. Creo que podría vivir aquí y aprender de esta gente…
Risii paró en seco entonces. Sonrió al ver su descubrimiento.
-¿Nombre raro dices, Timo?
En el lado izquierdo de la calle rezaba un cartel en letras grandes y doradas la palabra mágica por la que habían andado toda la mañana.
-Luna… -murmuró Duplica, contenta.